Respiré con profundidad y me propuse comenzar de nuevo. El sonido de las voces a mi alrededor comenzó a difuminarse cada vez más hasta que de pronto perdió todo su sentido. Una vez más me encuentro solo y diluido en la guarida etérea del ensimismamiento.
En algún punto de nuestra vida, todos proponemos algún ideal que, ingenuamente, llegamos a convertir en sueño, y no es hasta que lo cumplimos que nos damos cuenta de lo poco que lo deseabamos en realidad. ¿Contradictorio? ¿Contraproducente? No, el camino a la madurez exige cambios.
Es irónico e incluso incomprensible como algunas personas sufren la tremenda indesición entre ser sincero o fingir. Que triste es que yo sea uno de ellos.
Hago una pausa en mis pensamientos. El viento frío me obliga a volver a la realidad, me cubro con mi bufanda y el ruido regresa a mis oídos; automoviles, risas, músicos callejeros y conversaciones ajenas que despiertan mi curiosidad por adivinarlas.
Noto también que alguien se encuentra a mi lado y me mira con ojos embelesados, probablemente le conozco, pero definitivamente él no me conoce a mí.
Volteo la mirada y pongo mi atención en una nueva escena, un vendedor ambulante es rechazado por una pareja de novios, siento curiosidad por ellos dos.
¿Cuántas promesas no se han hecho sin la conciencia de que, probablemente, nunca se cumplirán? Pronuncian de memoria el vocabulario de la embriaguez amorosa, con el único fin de seguir alimentando aquel estado inconveniente. No, no reniego del amor, pero cómo confiar en él si ahora me causa tanto temor, después de haberlo sentido con tanta plenitud.
¿Cómo saber si realmente he amado? me siento tan inseguro que me surge la necesidad de preguntárselo a alguien más. Volteo a ver de nuevo a mi compañero y busco una respuesta en silencio, comienza a hablar y decido no escucharle. En mi distracción, comienzo a evocar algunos recuerdos; emociones, promesas y palabras que me sorprenden, no creo haberlas pronunciado.
Es interesante creer que estamos listos para afrontar un reto y darnos cuenta, cuando éste llega, que subestimamos demasiado su dificultad. Mucho tiempo me creí capaz de sostener las dificultades del amor, que ingenuo fui; la realidad es que tengo miedo y desearía volver a esconder todo aquello que alguna vez quise gritar. Me siento desnudo ante las miradas que juzgan y califican a cada instante mi decir y hacer.
Distraigo mis pensamientos, hay una sensación calurosa en mi piel. Volteo y me doy cuenta de que mi compañero ha tomado mi mano con la suya; le miro a los ojos y me conmueve con su mirada, en realidad es un rostro bello y virtuoso. Mis pensamientos regresan, separo nuestras manos con rapidez para evitar ser víctima de la mirada inquisidora de aquellos que me vigilan.
No se puede decir que se conoce a alguien cuando este alguien duda de sí mismo. Pobre chico, me digo, muestra su indulgencia a pesar de no conocerme en absoluto.
Le miro una última vez a los ojos y me doy cuenta de que yo sí le conozco, él es el hombre al que una vez amé con locura, con quien compartí una eternidad en noches, a quien le prometí lo infinito y por quien decidí cambiar todo.
La madurez exige cambios, lo reitero, por eso nunca debí acceder a ninguno. Cada que hacemos conciencia de la dificultad de un reto que ya tomamos y que no podemos sostener, surge la misma pregunta: ¿Qué debo hacer? Tal vez ser sincero, renunciar y reconocer mi debilidad, o talvez fingir que poseo fortaleza y continuar con una estabilidad falsa.
"Estoy muy feliz de estar a tu lado" me ha dicho mi compañero y ha adjuntado una sonrisa que me obliga a reflexionar. Respiro con profundidad y pienso, la decisión ha sido tomada.
En algún punto de nuestra vida, todos proponemos algún ideal que, ingenuamente, llegamos a convertir en sueño, y no es hasta que lo cumplimos que nos damos cuenta de lo poco que lo deseabamos en realidad. ¿Contradictorio? ¿Contraproducente? No, el camino a la madurez exige cambios.
Es irónico e incluso incomprensible como algunas personas sufren la tremenda indesición entre ser sincero o fingir. Que triste es que yo sea uno de ellos.
Hago una pausa en mis pensamientos. El viento frío me obliga a volver a la realidad, me cubro con mi bufanda y el ruido regresa a mis oídos; automoviles, risas, músicos callejeros y conversaciones ajenas que despiertan mi curiosidad por adivinarlas.
Noto también que alguien se encuentra a mi lado y me mira con ojos embelesados, probablemente le conozco, pero definitivamente él no me conoce a mí.
Volteo la mirada y pongo mi atención en una nueva escena, un vendedor ambulante es rechazado por una pareja de novios, siento curiosidad por ellos dos.
¿Cuántas promesas no se han hecho sin la conciencia de que, probablemente, nunca se cumplirán? Pronuncian de memoria el vocabulario de la embriaguez amorosa, con el único fin de seguir alimentando aquel estado inconveniente. No, no reniego del amor, pero cómo confiar en él si ahora me causa tanto temor, después de haberlo sentido con tanta plenitud.
¿Cómo saber si realmente he amado? me siento tan inseguro que me surge la necesidad de preguntárselo a alguien más. Volteo a ver de nuevo a mi compañero y busco una respuesta en silencio, comienza a hablar y decido no escucharle. En mi distracción, comienzo a evocar algunos recuerdos; emociones, promesas y palabras que me sorprenden, no creo haberlas pronunciado.
Es interesante creer que estamos listos para afrontar un reto y darnos cuenta, cuando éste llega, que subestimamos demasiado su dificultad. Mucho tiempo me creí capaz de sostener las dificultades del amor, que ingenuo fui; la realidad es que tengo miedo y desearía volver a esconder todo aquello que alguna vez quise gritar. Me siento desnudo ante las miradas que juzgan y califican a cada instante mi decir y hacer.
Distraigo mis pensamientos, hay una sensación calurosa en mi piel. Volteo y me doy cuenta de que mi compañero ha tomado mi mano con la suya; le miro a los ojos y me conmueve con su mirada, en realidad es un rostro bello y virtuoso. Mis pensamientos regresan, separo nuestras manos con rapidez para evitar ser víctima de la mirada inquisidora de aquellos que me vigilan.
No se puede decir que se conoce a alguien cuando este alguien duda de sí mismo. Pobre chico, me digo, muestra su indulgencia a pesar de no conocerme en absoluto.
Le miro una última vez a los ojos y me doy cuenta de que yo sí le conozco, él es el hombre al que una vez amé con locura, con quien compartí una eternidad en noches, a quien le prometí lo infinito y por quien decidí cambiar todo.
La madurez exige cambios, lo reitero, por eso nunca debí acceder a ninguno. Cada que hacemos conciencia de la dificultad de un reto que ya tomamos y que no podemos sostener, surge la misma pregunta: ¿Qué debo hacer? Tal vez ser sincero, renunciar y reconocer mi debilidad, o talvez fingir que poseo fortaleza y continuar con una estabilidad falsa.
"Estoy muy feliz de estar a tu lado" me ha dicho mi compañero y ha adjuntado una sonrisa que me obliga a reflexionar. Respiro con profundidad y pienso, la decisión ha sido tomada.
FIN
Con mucho cariño para ti.........................>IlCavalierRiccardo<
Un agradecimiento especial a Forbidden be por permitir el uso de una de sus fotografías para ilustrar este post, los invito a visitar su galería de arte aquí.