"Brisa de O miño #106" 1999
“Es verdad que mis ventanas han guardado, durante años, los secretos más dolorosos de este pueblo. Yo nunca he podido imitar ese silencio. El lápiz y el papel han hecho de cada una de mis confesiones la brisa de esperanza que tan rápido se extingue en O’miño”
Después de la tradicional introducción que agrego a cada una de las brisas que he escrito, continuaré el seguimiento que le he dado a aquél joven que vive frente al ventanal de marco rojizo de la estancia trasera. El primer ser que ha causado perturbación en el papel de mis memorias.
Hace una horas, lo vi de nuevo en la calle después de diez días de ausencia. Había mugre en el cristal, aún así alcance a ver que conservaba el mismo semblante inocente de siempre; se dispuso a caminar y la escasa luz de la madrugada me hizo perder su rastro unos instantes. Corrí por el pasillo, la madera rechinaba, me detuve en el ventanal con base de cobre que abarca uno de los extremos del pasillo y ahí recuperé su rastro, aquél fiel cristal me mostró con mayor claridad lo que sucedía.
Ahí estaba él y Marco –el chico mencionado siete días atrás-. Tan sólo verlos juntos, hizo aún más cristalina la visión que mi ventana me obsequiaba. Él por su parte, al ver a Marcos, inundaba de brillo sus ojos; como si se tratara de una fórmula exacta y prediseñada.
El amor entre ellos dos era –por desgracia para algunos- realmente obvio. Mis ventanas y yo mantuvimos su amor escondido en el secreto, pero en poco tiempo la orbe callejera convirtió al amor en un pecado mundano. Traducción injusta que no deja de avergonzarme y enervarme.
El coraje me hizo correr a otro cristal más especial; éste me causaba, desde hace años, mayor tranquilidad que cualquiera de la casa. Tenía forma ovalada y se encontraba rodeado por un bello marco de madera, el cual en época de lluvias, se teñía de un café oscuro muy agradable.
Cuando volví a concentrarme en la conversación de aquellos dos, encontré al fin una explicación a la dudosa ausencia que me había inquietado días atrás. Nunca supe si las gotas que escurrieron frente a mí fueron el llanto de mi fiel ventana, o, simplemente fue la lluvia, limpiando el sufrimiento de la escena.
La madera del marco nunca cambió de color y un cambio repentino en el faro que los iluminaba, me hizo ver un detalle nuevo que había permanecido escondido por la luz de la madrugada. Fue casi tan inspirador como perturbador ver como ni los moretones, ni las heridas aún sangrantes en el rostro del joven, habían opacado los bellos ojos a los que mi ventanal y yo nos habíamos acostumbrado.
Vi lágrimas, una por una rodaban sobre su rostro y en momentos, las confundía con gotas de lluvia; pero había algo diferente dentro de esas lágrimas; parecían estar turbias, alteradas por la presencia de una mente ajena que, claramente, forzaba al joven a exprimirse en desdicha. Poco tardé en comprender lo que el cristal ya había visto, y al igual que él, comencé a llenarme de gotas.
Fue obligado a cosechar los pensamientos germinados en la mente ajena, ¡jamás hemos visto crimen tan cruel!, dije con voz temblorosa mientras empañaba mi ventana, que parecía reconfortarme con los sonidos casi melódicos que producía al dejar caer la lluvia sobre su cristal.
La censura del sonido que mi estancia me obsequió, hizo menos destructivo el efecto que, aún así, me devastó. Pasaron algunos minutos, el suspenso llegó casi a su límite cuando, con mucho esfuerzo, alcancé a distinguir unas palabras en los labios del joven. Él decía: quiero amarte, deseo amarte, ¡necesito amarte!; pero ni el amor más puro cambiará jamás la dirección del puño que me ha marcado. Renunciar a la vida o al amor, no sé que pueda ser peor.
No pudo terminar sus palabras, hizo un esfuerzo por despedirse mientras su cuerpo se sacudía en un llanto casi epiléptico y se fue. La imagen de su partida empañó por completo el cristal y por primera vez, no corrí a buscarlo en mis demás ventanas para seguir su rastro. La injusticia hace débil al hombre, la falta de amor enferma la vida del mismo, pero ultrajar a la libertad, causa la muerte.
¿Porqué hay que matar lo que otros aman? ¿qué placer existe en la destrucción de la felicidad ajena?
Hoy mis ventanas están de luto. Mucho tiempo pensé que imágenes tan devastadoras sólo podían existir en el infierno , pero he comprobado que nuestra gente se aferra a querer simularlo.
No sé cuanto tiempo tardaré en escribir una nueva brisa, cómo dice mi preludio: “El lápiz y el papel han hecho de cada una de mis confesiones la brisa de esperanza que tan rápido se extingue en O’miño”, hoy la esperanza, para mí se ha extinto.